Diario imaginario de un niño con TEL
Querido diario,
Hoy ha sido un día como todos los días. ¡No entiendo por qué la gente que sabe hablar bien habla tanto y tan deprisa! En el cole, en mi casa, en la calle, todo son ruidos y palabras, que retumban en mis oídos. Todos dicen muchas cosas, pero yo no los entiendo. Esta mañana me decía mi madre: “David, tráeme la bolsa que está… bla, bla, bla…” y muchas cosas más. La verdad es que no supe encontrar la bolsa, porque era tan complicado lo que decía mi madre que a la mitad ya no podía seguir lo que decía. Mi madre se enfadó y me dijo: “¡David, no prestas atención a lo que se te dice, y así nunca vas a aprender a hablar bien!”. “¿Es que no me oyes?” “¿Es que no sabes lo que es una bolsa?” “¿Es que no te has enterado de que te he dicho que me trajeras la bolsa del pan que está colgada en un clavo que hay en la estantería de la comida y detrás de la bandeja de la fruta?” ¡Pues claro que sé yo lo que es una bolsa! Es lo que le dan a mi madre en la tienda cuando compran la comida. Y sé también dónde está la despensa, y la bandeja de la fruta, pero dicho así creía que estaba en un sitio tan complicado que en toda la vida no hubiera dado con ella.
No sé si alguna vez te he dicho que mis padres me han llevado al médico y al psicólogo porque todos le decían que yo no hablaba bien. Ha sido mi seño quien les ha dicho que a mí me tiene que pasar algo en el habla. La médica me hizo muchas cosas, me miró los ojos con una linternita, me tumbó y me puso muchos cables en la cabeza. Les dijo a mis padres que no tenía nada malo y no me mandó medicinas ni nada. Luego me llevaron a otro médico para que me viera los oídos. Me metió en un cuarto y me puso los cascos. Me dijo que cada vez que oyera un pitido que apretara un botón. El tío me quería pillar y me mandaba unos pitiditos muy flojitos, pero yo los oía todos. Le dijo a mi madre que oía muy bien.
Después me llevaron al psicólogo. Era muy simpático y se enrolló muy bien conmigo. Me hizo muchas preguntas y yo las contesté todas (bueno, casi todas, porque algunas eran muy largas y sonaban a “bla, bla, bla”). Luego m¯ndo llegó a mi casa se la leyó a mi padre, y al final decía que yo presentaba un trastorno específico del lenguaje expresivo y receptivo. Más atrás, seguía leyendo mi madre, y decía que tenía dificultades para procesar los elementos formales del lenguaje. Mi madre decía que no sabía qué era eso, pero al otro día volvió al psicólogo y se lo explicó muy bien, aunque yo, la verdad sigo sin saberlo. En la carta también le decía que me llevaran a un logopeda.
Mi madre me ha llevado a una logopeda que se llama Carmen y es muy simpática. Ya he ido a su casa tres o cuatro veces. Me habla muy despacito, y ¡claro!, así sí me entero; ¡ya se lo decía yo a mi madre! Me está enseñando las palabras que hay que poner entre otras para que salga una frase. Me está enseñando también a contar de forma diferente lo que hice ayer y lo que estoy haciendo hoy. ¡No te lo creas, no se dice igual! Me ha dicho que pronto voy a aprender a hablar mejor, pero que tengo que poner mucho de mi parte. Le ha dicho a mi madre muchas cosas para que me haga en la casa y parece que ella también está empezando a entender lo que me pasa, porque me habla de otra forma.
No sé si te he hablado de mi cole. Este año he pasado a primero. Dice mi seño que no me iba a pasar hasta que no hablara un poco mejor, pero como me porto muy bien y pongo mucho interés me ha pasado de clase. No tengo muchos amigos, porque cuando se ponen a hablar mucho yo no sé qué decirles. Cuando me esfuerzo mucho, para que no me digan que no sé hablar, se me encasquillan las palabras, me pongo muy rojo y empiezo a tartamudear. Entonces los niños se ríen de mí. Bueno, pero yo he aprendido los números y muchas letras antes que ellos. Mi mejor amigo se llama Javi, y lleva unos aparatos en los oídos porque le han dicho que no oye bien. Javi habla menos que yo, pero sabe juntar palabras para que salgan frases. A veces cuando están hablando no se entera de lo que dicen y me pregunta: “¿Qué dicen?”. Yo se lo digo, y después le pregunto a él: “¿Qué quieren decir?”.
Bueno, ya hoy no te cuento más cosas. Cuando Carmen me enseñe a hablar más, ya verás cómo te enterarás mejor de las cosas que te cuente.
Adiós mi diario.
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